"Las ancianas del pueblo siempre advertían a los niños que no debían internarse en el bosque.
Pues en el bosque es
fácil extraviarse y no saber desandar los pasos dados, y en él
moran bestias y animales peligrosos. Hablaban además de los fuegos
fatuos, que confunden a los viajeros y los conducen a marjales y
pantanos peligrosos, o el temido leucrón, una bestia que simula la
suave voz de una mujer para atraer a los incautos.
Reales o no, no eran este
tipo de peligros los que temían los ancianos del pueblo. Temían
algo que se ocultaba en lo más profundo del bosque. Pues en lo más
profundo del bosque, cruzando bajo la frondosa techumbre del roble,
después de atravesar riachuelos y de recorrer abruptos desniveles,
habitaba una presencia antigua y poderosa, un ser ancestral que tenía
un terrible y extraño poder. En el corazón de la foresta, en una
hendidura entre robles de tamaño imposible, colosales, se hallaba la
morada del Cuentacuentos. Nadie sabía desde cuando se alojaba en
dicha casa, pero diríase que al igual que el árbol y la roca,
siempre había formado parte del lugar; tal vez el Cuentacuentos
simplemente siempre estuvo ahí.
El Cuentacuentos vivía
junto con unos pocos criados y ayudantes cuya misión era
principalmente acomodar a los viajeros y mantener la casa provista de
la luz y el calor de las hogueras.
La casa la formaban tres
amplias cabañas a tres niveles: Una primera al nivel del suelo,
donde el viajero podía soltar su carga y refrescarse o calentarse
junto al fuego si tal era su deseo. Una pasarela daba acceso a la
segunda cabaña, situada varios metros sobre la primera, aprovechando
un rellano en mitad del extremo del valle. En esta cabaña los
peregrinos esperaban a ser llamados por el señor de la casa.
Finalmente, ubicada sobre el risco y protegida por el follaje de los
robles, se alzaba la habitación del Cuentacuentos.
El Cuentacuentos parecía
conocer una historia, relato o proverbio adecuado para cada viajero,
y se dice que nadie que acudía a su casa la abandonaba siendo la
misma persona. Por eso las ancianas advertían a los niños “no
juguéis cerca del bosque pues está lleno de bestias y peligros”
Nadie les dijo que lo que
más temían era la curiosidad, la imaginación y el deseo de
conocer cosas nuevas. "
- Textos de la mano de Javier Gil