domingo, 26 de mayo de 2013

El bosque



"Las ancianas del pueblo siempre advertían a los niños que no debían internarse en el bosque.

Pues en el bosque es fácil extraviarse y no saber desandar los pasos dados, y en él moran bestias y animales peligrosos. Hablaban además de los fuegos fatuos, que confunden a los viajeros y los conducen a marjales y pantanos peligrosos, o el temido leucrón, una bestia que simula la suave voz de una mujer para atraer a los incautos.

Reales o no, no eran este tipo de peligros los que temían los ancianos del pueblo. Temían algo que se ocultaba en lo más profundo del bosque. Pues en lo más profundo del bosque, cruzando bajo la frondosa techumbre del roble, después de atravesar riachuelos y de recorrer abruptos desniveles, habitaba una presencia antigua y poderosa, un ser ancestral que tenía un terrible y extraño poder. En el corazón de la foresta, en una hendidura entre robles de tamaño imposible, colosales, se hallaba la morada del Cuentacuentos. Nadie sabía desde cuando se alojaba en dicha casa, pero diríase que al igual que el árbol y la roca, siempre había formado parte del lugar; tal vez el Cuentacuentos simplemente siempre estuvo ahí.
El Cuentacuentos vivía junto con unos pocos criados y ayudantes cuya misión era principalmente acomodar a los viajeros y mantener la casa provista de la luz y el calor de las hogueras.

La casa la formaban tres amplias cabañas a tres niveles: Una primera al nivel del suelo, donde el viajero podía soltar su carga y refrescarse o calentarse junto al fuego si tal era su deseo. Una pasarela daba acceso a la segunda cabaña, situada varios metros sobre la primera, aprovechando un rellano en mitad del extremo del valle. En esta cabaña los peregrinos esperaban a ser llamados por el señor de la casa. Finalmente, ubicada sobre el risco y protegida por el follaje de los robles, se alzaba la habitación del Cuentacuentos.
El Cuentacuentos parecía conocer una historia, relato o proverbio adecuado para cada viajero, y se dice que nadie que acudía a su casa la abandonaba siendo la misma persona. Por eso las ancianas advertían a los niños “no juguéis cerca del bosque pues está lleno de bestias y peligros”

Nadie les dijo que lo que más temían era la curiosidad, la imaginación y el deseo de conocer cosas nuevas. "

- Textos de la mano de Javier Gil